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La implosión de los partidos políticos

La implosión de los partidos políticos

Los partidos políticos dominicanos prescinden de la legitimación explícita de la población que se expresa en convicciones políticas e ideológicas diferenciadas y en respuestas sin titubeos a la pregunta: ¿por qué vas a votar por “x” o “y” partido? Pregunta que hice frecuentemente durante estos meses de campaña y a la cual no encontré, en ningún lado, alguna señal de real conexión con los partidos políticos postulantes, más allá del “para sacar a fulano” o “porque no me convence perencejo”. Es aquí donde yace la más grave crisis en la que se encuentra nuestro sistema partidario: en la apatía e incredulidad de aquellos en quienes se sustenta la existencia misma de los partidos y la democracia, el debilitamiento de la aclamada soberanía popular

El demos dominicano, recluido a la esfera privada, había sido despojado mediante el retroceso democrático de las últimas décadas de todo poder político real, y su participación, reducida al voto, adulterada por las cada vez más obscenas prácticas clientelares que cargan como un peso indeleble sobre nuestra historia política y que nos continúa amenazando con jamás salir del subdesarrollo en el que vivimos. Las protestas masivas de febrero, en el país y el exterior, representó un punto importante de inflexión donde un amplio segmento poblacional hizo recurso de la energía acumulada durante largos años de alienación colectiva para expresar rechazo al actual sistema político y partidario. Esto, en conjunción con una serie de eventos a lo interno de los partidos mayoritarios como, por ejemplo, la fragmentación del partido oficialista, ha desencadenado indudablemente el inicio de la implosión de la partidocracia tradicional.

Estas últimas elecciones municipales y congresuales demostraron que hay dos partidos con fuertes estructuras de base que se activan esencialmente durante el período electoral con el fin de movilizar personas y conseguir votos. Esta fortaleza es, sin embargo, un arma de doble filo porque la lógica bajo la cual se sustenta, la de repartir cargos y favores una vez en el poder, de no ser cumplida, puede llevar al descontento, la impopularidad y culminar en el fracaso del partido y su gestión gubernamental.

El PLD pudo controlar los resultados adversos de dicha lógica expandiendo el Estado y repartiendo cargos a diestra y siniestra. El PRM promete ser la antítesis y encoger el Estado pero aún así tiene las mismas deudas pendientes que sus antecesores. ¿Cómo entonces satisfarán el hambre de poder de sus bases?, nadie lo sabe. Para confirmar mis sospechas, durante el proceso de cuadre de actas posterior a las elecciones, le pregunté a varios delegados de partidos mayoritarios cuánto le estaban pagando por estar allí, a lo que me respondieron: “Si acepto un pago, ya el partido no tendría compromiso conmigo.” Este paradigma que suplanta la adherencia voluntaria al partido por el interés personal de grupos de personas y sectores económicos ha corroído progresivamente los cimientos de los partidos. En este proceso se ha perdido inevitablemente su vocación central de servir como vehículo para resolver las necesidades más pujantes de la sociedad e intercambiado este objetivo por otros más propios de negociantes. De allí el título conferido: “mercaderes de la política”. 

Esto quiere decir que si hoy decidiéramos cambiar la cultura partidaria para que los afiliados deban hacer contribuciones económicas periódicas por pertenecer a un partido y/o si las bases fueran voluntarios/as a medio tiempo, como ocurre en los países con democracias consolidadas, no hubiese ni una sola alma dedicada al benévolo trabajo de quien milita para ver hecha realidad una visión de Estado. Los partidos políticos son organizaciones de la sociedad civil hasta el momento en que llegan al poder, que reúnen personas con intereses comunes, canalizan sus preocupaciones al escenario político y aspiran a ejercer el poder político o participar en él mediante su presentación en elecciones (Cotarelo 1985). Esta definición universal escapa la realidad dominicana, que obvia el carácter voluntario, filantrópico y de corte social de los partidos. 

En cuanto a los partidos minoritarios, estos tienen una débil estructura a lo largo del territorio nacional y en su mayoría, concentran sus trabajos en la capital, sede de los recursos humanos y monetarios distribuidos con inequidad por la JCE, lo que les imposibilita acceder al poder. Ante esta situación, la mayoría se han convertido en organismos en una relación simbiótica mutualista con los partidos mayoritarios, en los que dependen y se benefician del desempeño electorero de los partidos grandes. El caso más reciente de esto es el PRD, partido que jugó un rol histórico en la construcción del sistema político dominicano actual y cuyo derrumbe estrepitoso producto del “pacto de las corbatas azules” en el 2009 y desempeño en las últimas elecciones, obteniendo menos del 5% de los votos, lo catapulta oficialmente como partido minoritario.

En una situación similar se encuentra el PRSC, que aunque encabezó la alianza que incluye al vástago del PLD, la Fuerza del Pueblo (FP), tampoco pudo obtener los suficientes votos para ser beneficiario del 80% de los recursos que reparte la JCE en partes iguales a los partidos “mayoritarios”. La capacidad de relanzamiento o renovación, tanto del PRD como del PRSC, se ve limitada por una membresía decadente y un vacío ideológico y programático, que tienen en común frecuentes apelaciones romantizadas de su pasado como las virtudes de la socialdemocracia encarnada por Peña Gómez o la proeza política del caudillo Balaguer.

La implosión del sistema partidario como lo conocemos tiene como consecuencia inmediata, no solo la desconexión de la forma de pensar y sentir de la ciudadanía con el accionar de los partidos y su incapacidad de satisfacer las necesidades societales, sino también unos certámenes electorales cada vez menos participativos y democráticos (la abstención en las últimas elecciones subió a un histórico 45%). 

Sin embargo, si el mundo académico viene hablando ya hace mucho tiempo sobre el declive de los partidos políticos a nivel mundial, ¿por qué no terminan de colapsar? La respuesta simple a esta pregunta es que nadie se ha dedicado a producir la suficiente información y apoyo a una alternativa donde la democracia, el sistema político por excelencia, no se vea afectada. En la campaña electoral pudimos constatar experimentaciones de alternativas, con el surgimiento de candidaturas individuales que además de hacer marketing político con línea gráfica propia y no partidaria, utilizaban todas las oportunidades para enfatizar sobre lo que se convertiría en el lema de la clase media en estas elecciones: “votemos por propuestas, no por partidos” y su otra versión “votemos por candidatos, no por partidos”. 
Esta reacción, cuyo génesis se encuentra en el fuerte rechazo hacia los partidos políticos, trajo consigo la desventaja de impulsar candidaturas de quienes llamo llaneros solitarios, candidatos con una propuesta política que nace, crece, se reproduce y muere en las redes sociales. Si partimos del hecho que la política es la ciencia que busca responder preguntas sobre problemas sociales mediante la producción de ideas desde la colectividad y no el individuo, este nuevo culto a la persona que se ha creado no debe ser el camino hacia un sistema político más democrático. Este tema en específico debe ser objeto de una exploración más profunda en otro artículo.

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