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¿Dónde nace el orgullo nacional?

¿Dónde nace el orgullo nacional?

Para fines de este texto, acordemos que dominicanidad es el grupo de creencias aprendidas y los comportamientos aceptados y rechazados a raíz de las mismas, dentro de comunidades dominicanas. El estudio de la dominicanidad, tanto formal como empírico, es una de las actividades que más me apasionan y una a la que, junto a mis socios, le he dedicado más tiempo y energía durante los últimos años. Estudiando la estructura política, sociológica, histórica y cultural, hemos elaborado hipótesis diversas. Muchas de ellas han sido descartadas por nuevas observaciones o han quedado obsoletas en el tiempo. Otras se mantienen víctimas de nuestro escepticismo, aunque seguimos retornando a ellas periódicamente para revisarlas. Cuando creemos que estamos cerca de tener una lectura sólida, alguna nueva lectura o estudio nos hace replantearnos el marco teórico y las conexiones, o falta de ellas, entre fenómenos, causas y consecuencias.  

A finales del año 2020, como parte de un proyecto para una organización gubernamental, desarrollamos una nueva visión para entender la receta cultural dominicana, que hasta hoy nos sigue causando mucha curiosidad y sobre la cual seguimos expandiendo. La hipótesis sostiene que todas las culturas nacionales y las creencias que las componen, producen una mezcla de tres motivadores esenciales, y que la cantidad presente de cada uno de estos, es la manifestación de la identidad cultural. Según está hipótesis, todavía sin comprobar, la receta cultura está compuesta por: 

1. Placer: los comportamientos aceptados que hago porque me gustan. 

2. Conveniencia: los comportamientos aceptados que hago porque me benefician. 

3. Deber: los comportamientos aceptados que hago porque considero correctos, aunque no me gusten o me convengan. 

Por supuesto que en muchos casos estos drivers coinciden, pero creemos que siempre con un motivador  dominante y otro secundario. 

Como parte del proyecto observamos la dominicanidad dentro de este marco teórico y nos preguntamos cómo podríamos, y si se podría, influir en la receta cultural para producir mayor conciencia, participación cívica y respeto a las reglas y las instituciones. Identificamos fuertes influencias de: a) Los relatos históricos y la presencia de héroes y villanos dentro de los mismos b) La desigualdad y la pobreza c) Las creencias religiosas 

d) Los arquetipos reforzados desde la cultura popular e) Los conceptos asociados a la generación de orgullo nacional

En este último pusimos un interés inmediato. Aunque varios estudios demuestran que el orgullo nacional produce una sensación de satisfacción entre los ciudadanos, Matthew Right, un politólogo del American University y Tim Reeskens, un sociólogo de la Universidad Católica de Bélgica, profundizaron en el tema. Su trabajo divide el orgullo nacional en dos tipos: el étnico y el cívico. El primero, según Right y Reeskens, viene directamente de la descendencia y tiende a ser excluyente. El segundo nace desde el respeto a la nación, sus leyes y sus instituciones. Este último es mucho más inclusivo y está más relacionado, según el estudio, con la felicidad personal de los ciudadanos. Cuando enfrentamos esta afirmación con nuestras observaciones en la República Dominicana, nos resulta interesante ver que el orgullo dominicano, con algunas excepciones (siendo la más notable la representación de los símbolos patrios) está sujeto al reconocimiento internacional: sentimos orgullo, casi exclusivamente, por lo que el resto del mundo nos reconoce. Por el béisbol, porque sobresalimos en las Grandes Ligas. Por las playas, porque ante ellas se admiran los extranjeros. Por nuestros músicos, porque exportan nuestra alegría y ganan premios en escenarios internacionales, y por nuestro ron y nuestra cerveza, símbolos de nuestro espíritu lúdico, las cuales queremos que sean disfrutadas por otras nacionalidades y es lo primero que brindamos a todo extranjero que conocemos. 

En los periódicos nacionales, resaltamos cuando alguien de nacionalidad dominicana trabaja para alguna empresa extranjera importante, recibe algún reconocimiento en otro país, por más pequeño que sea, o cuando es aceptado en una universidad reconocida del primer mundo. No hacemos lo mismo con empresas, universidades o reconocimientos locales. Así mismo, cuando alguna noticia que nos coloca bajo una luz no favorable, la vergüenza y el odio fluyen libremente entre la mayoría de ciudadanos. Hace unos años una fotógrafa dominicana publicó en la portada de una revista internacional una foto de nuestras playas cubiertas de basura. Aunque esa es la realidad de muchas playas y de la gran mayoría de riberas, el hecho causa poca indignación entre la ciudadanía, pero la foto publicada en un medio europeo para que el mundo la vea, causó indignación generalizada y provocó injustos ataques contra la joven fotógrafa. Nos importa menos nuestra realidad, que el juicio que pueda emitir el mundo sobre ella.

El orgullo dominicano se apoya demasiado sobre vínculos con el mundo, y muy poco entre ciudadanos. No hay nada de malo en sentir orgullo por ser celebrados en otros países. De hecho, nos parece positivo y esencial en un mundo híper conectado. Pero no es suficiente. Creemos que para la construcción de una nación con mayor nivel de institucionalidad y respeto mutuo, es vital que el orgullo también fluya de lo que hacemos entre nosotros y para nosotros. 

En un estudio conducido por Tom Smith y Lars Jarkko, de la Universidad de Chicago, en el cual las democracias anglo-célticas resultaron las poseedoras de mayor orgullo nacional (1. Irlanda. 2. Estados Unidos. 3. Canadá. 4. Nueva Zelanda 5. Inglaterra) se cuantificó el orgullo nacional en base a diez variables: 

a. Funcionamiento de la democracia

b. Influencia política en el mundo

c. Logros económicos

d. Sistema de seguridad social

e. Logros técnicos y científicos

f.  Logros atléticos

g. Logros en artes y literatura

h. Fuerzas armadas

i.  Historia

j.  Trato justo e igualitario a todos los grupos de la sociedad
Por lo menos la mitad de estas variables son de carácter cívico y cada uno de nosotros podrá concluir, probablemente con resultados muy similares, por cuales de ellas sentimos orgullo los dominicanos y por cuales, con razones válidas, todavía no. También es posible que algunas de estas variables estén obsoletas o no sean relevantes para nosotros, pero no hay duda de que los logros concernientes a la ciudadanía, las instituciones y la cívica, quedan pendientes. Con esto no proponemos asumir el orgullo como un objetivo estratégico, si no la valorización de la dimensión cívica y su inclusión en la gestión pública. Comprendamos el progreso no solo desde lo económico, sino también desde el respeto a los acuerdos y valores que nos unen alrededor de esa idea tan hermosa que llamamos dominicanidad.

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