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El paradigma Bukele 

El paradigma Bukele 

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, volvió a concitar la atención mediática internacional estos días. Ha desatado una “guerra” contra las pandillas salvadoreñas. Como es su costumbre, inscribió su lucha antidelincuencial en una lógica de efectos de verdad con la cual siempre pone a circular –especialmente en redes sociales– su narrativa. Estimulando, de ese modo, los valores que le conviene promover para concentrar apoyos por fuera de los marcos institucionales formales. Es un populista de derechas de manual. Sin embargo, más allá de nuestras valoraciones sobre este controvertido personaje propongo reflexiones sobre las causas de su popularidad mediática y efectividad política. 

Coincido con la filósofa estadounidense Wendy Brown cuando sostiene que el mundo vive un proceso de vaciamiento democrático. Donde la democracia, entendida como un “lenguaje democrático” más que como una forma de gobierno o procedimiento, se desvanece por el influjo que sobre ella ejerce la racionalidad neoliberal actualmente dominante. Racionalidad que saca a valores como libertad e igualdad de su inscripción política para someterlos a una lógica donde sólo se miden en sentido de cálculo económico. Así, la democracia queda reducida a una suerte de mal necesario por encima de la que se ubica la veridicción (Foucault) económica. En ese encuadre, emerge el significante de la eficiencia como elemento normativo que, a la vida social anteriormente articulada alrededor de valores democráticos, organiza ahora en términos de gobernanza. Es decir, según lógicas donde sólo vale aquello que genera resultados de acuerdo a la facticidad económica. Si hay delincuencia en un país, por ejemplo, no tiene ningún sentido, según esta lógica, atenderlo dentro de un marco democrático de garantía de derechos y participación ciudadana en la toma de decisiones; lo que importa es que se “resuelva” con números que se puedan mostrar. 

La democracia, como proponen varios autores, configura un sentido común democrático. Porque recoge elementos fundamentales de libertad republicana entendida como constitución democrática de un pueblo. Donde el poder se construye desde la soberanía popular y sus prácticas concretas deben estar sujetas a validaciones en términos de lo común y el bienestar general. Dando lugar a una ciudadanía constituida por individuos que se reconocen como sujetos de derechos; quienes ven al poder político como mecanismo de aseguramiento de lo común y protección de sus libertades. Así surge lo que en Wittgenstein sería una gramática del comportamiento social democrático. Ciudadanos que se vinculan entre sí, y asumen el poder, en el marco de un sentido común democrático. Hoy día, en cambio, vemos cómo se desvanece esa gramática social democrática. El sentido común actualmente dominante –y en auge que es lo más peligroso– opera a partir de consensos posdemocráticos. Y es desde ahí que personajes como Bukele construyen su legitimidad tan abrumadora. 

Bukele es un líder muy atractivo en estos tiempos. Se presenta como alguien que resuelve problemas y se preocupa por su pueblo. Manejándose dentro de paradigmas gerenciales. Sabemos, como nos dice la literatura académica y los hechos, que el mundo empresarial es de los espacios más autoritarios que existen. Allí un gran empresario o gerente, en nombre de utilidades y aprovechando leyes favorables, puede hacer y deshacer a gusto. El sentido común prevaleciente de tipo neoliberal convierte, al emprendedor “hecho a sí mismo que se arriesga”, en paradigma de éxito y ejemplo fundamental a seguir. Esa imagen gerencial estimula deseos de libertad y prosperidad. Y, a diferencia del político “corrupto” y “vago”, el gerente supuestamente es efectivo. Bukele, así las cosas, opera dentro de esa subjetividad: él simplemente resuelve. Cuestiones de derechos humanos y democracia son cosas de politiqueros. “Que vengan los defensores de derechos humanos a proteger la gente”, como dijo hace poco el propio presidente salvadoreño. Todo esto, así, configura una poderosa imagen de Bukele. Es un líder que se mueve dentro del sentido común de época, por lo tanto, lo que dice genera efectos de verdad orgánicos que circulan a partir de que la propia gente los valida y comparte. Se constituye así en paradigma de líder antipolítico que “hace lo que hay que hacer”. En política, nada más potente y efectivo que representar una subjetividad de época y que la gente te asuma en términos de verdad. 

En ese contexto, es el sentido común de época el que engendra a figuras como Bukele. Un populista de derechas neoliberal en lo ideológico y ultraconservador en cuestiones de moral. Pero que, no obstante, circula en redes sociales como un tipo cool sin ideología; concitando apoyos transversales en tanto aglutina alrededor de su figura gente de casi todos los sectores. Lo cual habla de un populista de derechas que, toda vez que lo produce el propio sentido común epocal, logra hegemónicamente articular demandas muy diferentes entre sí. Que se unen en torno a este líder que les dice verdad y que, a nivel simbólico, con su impronta gerencial y antidemocrática, les brinda soluciones. Mientras se mantenga en operación esta lógica política de inscripción populista, Bukele, con independencia de resultados concretos, podría mantener su popularidad. Porque, en el mundo actual fragmentado y lleno de incertidumbres, la gente, más que soluciones materiales en sí, busca resarcimientos ético-morales y que les validen sus causas en sentido de proyección al futuro. Porque paradójicamente ha reemergido, en estos tiempos de despolitización, la búsqueda de respuestas a la pregunta que organiza políticamente toda sociedad que es, ¿cómo queremos vivir? Las respuestas más movilizadoras y con más efectos de verdad que ahora se le están dando a esta pregunta vienen de figuras como Bukele. 

La democracia cotiza a la baja hoy día. Impera cierta convicción de que por causa de ésta hemos perdido seguridad, por ejemplo. Y la narrativa dominante, que no expresa sino una concreta correlación de fuerzas, crea marcos de opinión que esconden las causas estructurales de nuestros problemas. Que tienen que ver con desigualdad y una globalización neoliberal que ha destruido los mecanismos políticos y de derechos con que se protegía a la gente común. Y en lugar de apuntar a reordenar nuestras sociedades en términos de derechos y política para el bien colectivo, mucha gente quiere Bukeles que “resuelvan”. Un círculo vicioso que, aparte de estimulaciones emocionales y likes en redes sociales, no soluciona nada realmente. El paradigma Bukele, además de antidemocrático y autoritario, es claramente un engaño. 

Lo que dice la gente

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