El Mitin
Apoya El Mitin

La desigualdad es la madre de la violencia 

La desigualdad es la madre de la violencia 

La desigualdad es violenta en sí misma. Malvivir en medio de hambre, falta de servicios básicos, sin vestimenta adecuada y en una familia desestructurada es un hecho violento. Por ello quienes crecen en ese tipo de escenarios tienen que asumir la vida como una cuestión de sobrevivencia. Porque cuando las necesidades obligan, como dice un corrido mexicano, “hay que ir con todo.” Así, la persona se va habituando a una forma de existencia primaria en la que los instintos a su vez primarios son los que ordenan su día a día. Ser duro e ir contra todo lo que se oponga en el camino constituye no una elección, como lo es donde las necesidades elementales están cubiertas, sino una obligación. Los empobrecidos carecen de la posibilidad de elegir la mayoría de cargas pesadas con las que deben emprender el camino de la vida. Lo que configura trayectorias vitales marcadas por imposiciones, ausencias y el crudo destino; lo cual es caldo de cultivo de múltiples formas de violencia. 

A lo anterior hay que añadirle el elemento clave de esta discusión según nuestro enfoque. Se trata de la ideología que sostiene al régimen social y económico en que vivimos. En el marco de la cual el consumo se constituye en cuestión existencial. Existe quien puede comprar en tanto el mercado es lo que define, en los hechos, el estatuto de ciudadanía. Quien vive por fuera de la lógica del mercado literalmente no existe. Ese marco ideológico estructura unos entendidos según los que, en sociedades como la dominicana que ha profundizado su carácter individualista y consumista, la persona es según tenga. Todo dominicano habrá escuchado que “quien no tiene nada vale”. Pues bien, en una sociedad profundamente desigual, en la que a pesar del “crecimiento” persisten indicadores socioeconómicos que hablan de mayorías que viven precariamente, una parte sustancial de la gente nada vale. Puesto que, por un tema de ingresos y acceso al consumo, carecen de condiciones para estar incluidos en el sistema. Un sistema que incluye en la forma más crudamente neoliberal: según lo que pueda pagar la persona se le garantizan derechos como salud, educación, vivienda, transporte, etc. Así pues, se configura una sociedad en la que a la persona se le exige un marco de vida basado en el consumo de cosas que el sistema mismo le niega constantemente. 

De ahí lo que definimos como el reinado del consenso ideológico de la desigualdad. Dicho consenso, sostenido a través de los principales aparatos reproductores de sentido común como medios de comunicación y referentes culturales, individualiza las consecuencias de la pobreza. Es decir, refiere al individuo concreto unas responsabilidades que deberían remitir al sistema y sus estructuras. De ese modo, se configura una racionalidad de la cruda competencia que por una parte deshumaniza haciendo que todo se vea en términos de competir para ser y tener. Y, por otra, hace que el sujeto particular constantemente se culpe a sí mismo de lo que no tiene. Porque supuestamente, dice el dogma neoliberal dominante, “todo está en uno”. El lenguaje popular dominicano es muy tristemente rico en cuanto a dichos que expresan este consenso. Como ese “buscarme lo mío” o el “cada quien que haga su diligencia”. Si el lenguaje establece una gramática del comportamiento social como nos dice Wittgenstein, podemos convenir que el hablar común dominicano establece un comportamiento social deshumanizado y violento debido al exceso de significantes competitivos que lo orientan. En una sociedad donde todo se reduce a “buscarme lo mío” la mayoría termina sin casi nada y unos pocos con demasiado. Dando así lugar, pues, a un marco social violento en sí mismo. 

Sin atender esos elementos estructurantes e ideológicamente normalizadores de la desigualdad que, como vimos, fundamentan una sociedad violenta, nunca se avanzará hacia la solución de este flagelo. No es fortuito que América Latina, siendo la región más desigual del mundo (datos OCDE), sea a su vez la más violenta del mundo. Es evidente la correlación y un engaño cruel dirigir toda discusión sobre la inseguridad a “soluciones” del estilo Bukele. Porque ese discurso y prácticas de mano dura ofrecen datos que, en el contexto de la lógica populista neoliberal, generan efectos de verdad y momentáneamente, como en El Salvador ahora mismo, algunos datos positivos. Pero que, en lo estructural e ideológico, y por lo tanto a largo plazo, sólo fortalecen los elementos que fundamentan la violencia. Posibilitando, en los hechos, que los mismos incluso crezcan aún más. Como se prevé suceda en tierra salvadoreña con esta ola de jóvenes pobres encarcelados que saldrán de cárceles hacinadas e insalubres con menos oportunidades de vida que las que antes tenían. Ante el discurso punitivo y anti pobres, sin buenísimos ni ingenuidades, proponemos apuntar a pactos sociales contra la desigualdad entendida esta última como la matriz de la violencia. 

Acuerdos sociales que permitan a nuestras sociedades encontrarse con la verdad de que ningún país desigual puede garantizar paz social. Puesto que, como dijimos, la desigualdad es violenta en sí misma. Y porque si queremos sociedades tranquilas, sensatas y calmadas eso no se logrará mientras la miseria y la opulencia convivan una al lado de la otra. Ni mientras persista una racionalidad competitiva que deshumaniza e individualiza excesivamente las personas. Los ejemplos son contundentes en términos de lo que tienen los países menos violentos e inseguros del mundo. Los cuales se caracterizan por tener sociedades igualitarias en términos de mayorías de clases medias, servicios sociales garantizados vía impuestos progresivos, marcos institucionales adecuados y educación universal. Si queremos combatir la delincuencia e inseguridad de verdad, fuera de discursos falsos y tendencias mediáticas pasajeras, debemos debatir sobre sus causas fundamentales. Por lo tanto, la solución no está ni en los “héroes” de ocasión a lo Bukele encarcelando pobres –culpables e inocentes por igual– ni en la militarización de barrios marginales. 

Es, así las cosas, una profunda transformación política la que exige la lucha seria contra la delincuencia. En el sentido de que seamos capaces de redefinir los marcos estructurales e ideológicos que principalmente sostienen nuestros órdenes político-sociales. Lo que implicaría en los hechos modificar, dentro de los márgenes democráticos, las correlaciones de poder que actualmente dan forma a nuestras sociedades. Y, desde esa redefinición sustentada en un pacto social de amplio alcance, crear otras condiciones para esas mayorías que malviven en contextos de miseria y exclusión en sí mismos violentos. Pienso que las mayorías sociales, constituidas por las clases medias, trabajadoras y sectores privilegiados más conscientes, estarían abrumadoramente de acuerdo si se les demuestra que para que todos podamos vivir más tranquilos los que tienen más deben ceder un poco. Y así, avanzar contra esa desigualdad que es la madre de la violencia e inseguridad.

Lo que dice la gente

Subscribe
Notify of
guest
0 Comments
Inline Feedbacks
View all comments