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¿Qué es ser progresista en el mundo de hoy? 

¿Qué es ser progresista en el mundo de hoy? 

Los conceptos, dijo Reinhart Koselleck, se ideologizan y politizan en la historia. Porque, nos sigue diciendo este autor, la diferencia entre conceptos y palabras es que los primeros pueden tener diferentes significados porque recogen un espectro de sentidos más amplio. Considerando esto, debemos tener en cuenta que no es lo mismo la idea de progresismo de hoy que la de épocas anteriores. A lo que hay que añadir que conceptos políticos como éste son disputados. Por ello, nunca son neutrales ni universalmente aceptados. Hay que, por lo tanto, constantemente redefinirlos para dotarlos de nuevos alcances. En ese marco, hablar hoy de progresismo, en un país como el nuestro, requiere proceder del cómo es la sociedad al concepto; no al revés. Y, de ese modo, hablar más de claves para pensar la política en un sentido progresista que de una forma de ser progresistas. Analicemos. 

La primera clave que propongo tiene que ver con la relación entre progresismo y conservación. En una sociedad como la dominicana, donde el legado de una dictadura de 31 años y otro periodo autoritario de 22 años sigue muy vigente, la conservación siempre tendrá mucho peso cultural, político e incluso psicológico. Toda vez que hablamos de un país en el que persisten exclusiones y pobrezas que determinan su configuración sociopolítica. En ese marco, pensar la transformación desde un registro progresista no puede plantear cambiar todo lo que hay ni el rechazo a todos los significantes conservadores. Eso sería proceder al revés, esto es, hacer política yendo desde lo que nos dicen nuestros conceptos a la realidad. Así pues, en una sociedad donde ese pasado autoritario para muchos significa orden debemos entonces representar algún tipo de orden. Un orden que dé certidumbres frente a este mundo de hegemonía neoliberal y “tiranía del dinero” en el que para millones la vida no es más que un cúmulo de incertidumbres. También donde hay elementos del pasado, que fueron conquistas sociales muchos, que efectivamente deben conservarse. E incluso, existen valores y formas de vida de tipo comunitarias, sobre todo en nuestros sectores rurales, que podemos resignificar para traer a la palestra conectando con la gente sencilla. 

Quitar a las derechas el monopolio de la conservación es tarea urgente del progresismo. Porque conservar no sólo es rechazar algo (que para derechas y neoliberales siempre es oponerse a avances en favor de la igualdad) sino con, como vimos, preservar cosas que tienen valor simbólico para muchísima gente. De ese modo, el que los progresismos resignifiquen la idea de conservación implica un proceso de integrar al otro. Al que, en teoría y en la práctica, suele ser nuestro adversario. Ya lo dijo Gramsci que ganar es integrar al adversario. Que, en el contexto del mundo de hoy, considero implica que los progresistas definamos proyectos que resulten atractivos a personas que no piensan como nosotros; que sienten y viven en otros registros. 

La otra clave se refiere a un elemento fundamental actualmente: la disputa por la subjetividad. Todo orden social y político genera su propia subjetividad. Es decir, sus propios consensos a través de configurar las ideas dominantes que la gente acepta. Sin eso no hay dominación como aceptación. La gente tiene que creer que el sistema existente es bueno y representa un interés general. Así es que lo validan en su vida cotidiana. Dicho eso, el orden hoy dominante de signo neoliberal y oligárquico, donde los que ganan siempre son los mismos, ha logrado convertir la ideología de los poderosos de la meritocracia en un sentido común. ¿Cómo logró eso? Lakoff (2007) lo explica muy bien cuando describe el proceso mediante el que los sectores más ricos de Estados Unidos se articularon con el Partido Republicano, desde 1970, para derrotar culturalmente el progresismo. Es decir, para ganarles la batalla de los sentidos haciendo que buena parte de la gente adopte idearios conservadores y neoliberales como si fueran verdad y, más aún, como si fueran cosas en beneficio propio. Todo esto lo lograron trabajando los marcos de opinión: enmarcando ciertas ideas de tal forma que apelen a valores existentes en la sociedad, y así, desvincularlas de los intereses e ideologías que tienen detrás. El triunfo de Reagan en 1980 fue la culminación de ese proyecto. Y las medidas de desregulación, austeridad fiscal y beneficios al capital financiero que aprobó, las cuales al decir de un antisocialista como Michael Tepper siguen generando desigualdad y pobreza en Estados Unidos, son lo peor de ese legado. El cual luego se expandió por casi todo el mundo.  

Creo es un grave error que algunos progresismos, asustados porque ahora parece pecado ser de izquierdas y entrando en la vulgarización de creer que en política todo se trata de eslóganes, no se enfoquen en el análisis de las subjetividades actualmente dominantes. Ver cómo funcionan y cómo se construyeron históricamente. Para de ese modo, poder conceptualmente deconstruirlas y luego proceder al ámbito de los hechos políticos para disputarlas. Sólo así, considero, podremos por ejemplo disputar la idea de libertad que ahora monopoliza esa mezcla grotesca entre los llamados libertarios y ultraconservadores (que no son más que agentes al servicio de la dictadura del dinero igual a los conservadores elitistas de siempre). Si ellos proponen la libertad como no intervención del Estado y no existencia de leyes que impidan formalmente hacer algo; nosotros debemos plantear la libertad de tradición democrática-republicana: ser libres es que nada nos domine y tener los recursos mínimos para en los hechos ejercer la libertad. Pues qué “libertad” de inscribir sus hijos en un colegio especializado tiene una pareja que gana sueldos miserables. Y la libertad de una niña pobre sexualmente abusada que no quiere cargar con un embarazo indeseado que la destruye psicológicamente, ¿dónde está? A diferencia de las hijas de ricos las pobres no pueden ser “libres” viajando a Miami para abortar.

Así las cosas, libertad no es que ninguna ley te impida hacer algo. La libertad real es un marco institucional y legal que permite al pobre o al ciudadano común protegerse frente a los abusos de poderosos y dueños del dinero. Igualmente, libertad es que podamos, dentro de nuestras costumbres y consensos, dotarnos de las leyes que queramos. Y que sean leyes que posibiliten una sociedad dignidad donde ser libre no dependa del apellido, herencias y relaciones con el poder. Eso es libertad verdadera en el contexto de las sociedades del siglo XXI. Lo otro es una propaganda embustera que, en los hechos, sólo beneficia a los poderosos.  

En política la verdad nunca es un hecho porque sí; en política las razones se construyen. El que algo se asuma como verdadero depende del registro en que se interprete y qué valores estimule. De manera que los progresismos debemos construir razones. Sólo así, podremos poner a circular nuestras ideas en mejores condiciones. Y lograr eso, recordémoslo siempre, no se logra viendo la sociedad como queremos que sea ni hablando para los ya convencidos. Eso se consigue asumiendo la sociedad tal cual es, a la vez que insistiendo en construir proyectos y mensajes que articulen las diferentes demandas sociales. Para que seamos capaces de ampliar nuestros espacios más allá de la izquierda tradicional o de nuestros círculos sociales. Y como todo orden, incluyendo el neoliberal actualmente hegemónico, tiene fallas y grietas pues el campo está abierto para disputar y ganar. 

Lo que dice la gente

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